Sunday, December 19, 2010

EL INMIGRANTE EN SU IDENTIDAD COMO CRISTIANO

Hace ya más de cuarenta años emigré de mi patria. Desde muy joven  mi abuelita,  me aconsejaba que siempre tratase de guardar mis costumbres y me repetía con frecuencia, que al salir de mis propias raíces, corría el riesgo de perder mi propia identidad.

Bajo ese consejo, siempre tuve en cuenta el legado de mis padres: el idioma, las costumbres y la religión.  Siempre pensé que esos tres aspectos, pudieran ayudarme a ser yo mismo en cada una de las circunstancias en que me encontrase y que podía fortalecer las raíces en donde se pudiesen apoyar mis hijos y mis nietos.

Ciertamente hubo algunos cambios de costumbres.

Los primeros catorce años como inmigrante, los hice en Venezuela. En ese país se me consolidaron y fortalecieron los aspectos de mi Fe Cristiana. Fuí conciente que el vivir de una forma auténtica el Evangelio, en el día a día, con mi familia con mis compañeros de trabajo y con mis amigos, podía ser realmente yo mismo, sin perder mi identidad.

La autenticidad es ser realmente uno mismo y del todo en cada situación. En cualesquiera etapa de formación en que se encuentre, es muy conveniente reflexionar sobre la autenticidad. El valor de la autenticidad le da a la persona autoridad sobre sí mismo ante sus gustos y caprichos, iniciativa para proponerse y alcanzar metas.

Alienación cultural (influencia de la migración). Transformación de hábitos de consumo y de nuevos. “valores”.  En el proceso del inmigrante existe una influencia marcada de los ambientes en que se vive: el lenguaje, el proceso de competencia en el trabajo, los tiempos a dedicar a la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo, a la empresa donde estás laborando.

Está en nosotros mismos el tomar la decisión de seguir un camino. A medida de que hacemos un viraje en nuestras vidas, un cambio, una conversión, en esa medida, tendremos una óptica distinta del mundo que nos rodea. Es al través de esta nueva visión del mundo interior y del exterior es que podemos ser solidarios con los nuevos ambientes sin abandonar el legado dado por nuestros padres. La solidaridad nos hace uno con nuestra esposa, con nuestros hijos, con nuestros amigos, con la persona que transita por la calle...con Dios.

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